Hola, alumnos y alumnas de 2º y 3º de Primaria!!!
Hoy os traigo la moraleja de la fábula del "Zorro y el Sapo".
MORALEJA
No debemos tratar de pasarnos de pícaros porque nunca se sabe quien termina siendo mas pícaro que nosotros
Y esta semana, una Fábula nueva:
(La moraleja os la diré la próxima semana, aunque sé que cuando acabéis de leer esta fábula, sabréis cual es...)
Los Caminantes.
Hace
mucho tiempo, un día de primavera, iban dos hombres paseando juntos
mientras charlaban de las cosas del día a día. Se llevaban muy bien
y a ambos les gustaba la compañía del otro.
De
repente, uno de ellos llamado Juan, vio algo que le llamó la
atención.
-¡Eh,
mira eso! ¡Es una bolsa de piel! Alguien ha debido de perderla ¿Qué
habrá dentro? ¡Venga, vamos a comprobarlo!
Su
amigo Manuel, le miró intrigado.
– Está
bien… ¡Quizá contenga algo de valor!
Aceleraron
el paso y cogieron la bolsa con cuidado. Estaba atada fuertemente con
una cuerda, pero eran dos tipos hábiles y la desenrollaron en menos
que canta un gallo. Cuando vieron su contenido, no se lo podían
creer.
– ¡Oh,
esto es increíble! ¡Está llena de monedas de oro! – exclamó
Manuel exultante de felicidad – ¡Qué suerte hemos tenido!
A
Juan se le congeló la sonrisa y contestó a su amigo con desdén.
– ¿Hemos?…
¿Qué quieres decir con que hemos tenido suerte? Perdona, pero soy
yo quien ha visto la bolsa, así que todo este dinero es mío y sólo
mío.
Manuel
se quedó abatido. Se suponía que eran amigos y le pareció fatal
una actitud tan egoísta. Aun así, decidió acatar su decisión y
dejar que todo fuera para él. Retomaron el camino sin dirigirse la
palabra, Juan con una sonrisa de oreja a oreja y Manuel, como es
lógico, muy disgustado.
Apenas
habían pasado quince minutos cuando, a lo lejos, vieron que
cinco hombres con muy mala pinta se acercaban a ellos montados a
caballo. Antes de que pudieran reaccionar, los tenían a su lado a
punto de robarles todo aquello de valor que llevaban encima. El jefe
de la banda se percató de que Juan escondía un saco en su mano
derecha.
-¡Rodead
a este! – gritó con voz desagradable, como si se le hubiera metido
un cuervo en la garganta – ¡Me apuesto el pescuezo a que la bolsa
que lleva está repleta de dinero contante y sonante!
Los
ladrones ignoraron a Manuel porque no llevaba nada encima ¡Sólo les
interesaba el saco de monedas de Juan! Manuel aprovechó para
alejarse sigilosamente del grupo, pero para Juan no había
escapatoria posible. Los cinco bandidos le tenían completamente
acorralado. Con el rabillo del ojo vio cómo Manuel se
largaba de allí y le dijo:
– ¡Estamos
perdidos! ¡Estos hombres nos van a dejar sin nada!
– ¿Qué
quieres decir con que estamos perdidos? Me dejaste muy claro que el
tesoro era tuyo y solamente tuyo, así que ahora apáñatelas como
puedas con estos ladrones, porque yo me voy.
Manuel
puso pies en polvorosa y desapareció de su vista en un abrir y
cerrar de ojos. Su egoísta compañero se quedó sólo frente a los
cinco bandidos, intentando resistirse tanto como pudo. Al final, no
le sirvió de nada, porque se quedó sólo ante el peligro y le
arrebataron la bolsa a empujones. Los ladrones se fueron con el
botín y se quedó tirado en el suelo, dolorido y con magulladuras
por todo el cuerpo.
Tardó
un buen rato en recomponerse y tomar el camino de vuelta a casa.
Mientras regresaba, tuvo tiempo para reflexionar y darse cuenta del
error que había cometido. La avaricia le había hecho perder no sólo
las monedas, sino también a un buen amigo.
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